¿Es “diosito” lo mismo que el Dios de la
Biblia?
La enternecedora palabra “diosito” parece ser
ideal, porque pone todo el peso en el aspecto bondadoso y emotivo de Dios. Es
alguien dulce, amable, propicio y siempre afectuoso. Responde a nuestras
peticiones tal como nosotros las esperamos, se comporta conforme a nuestros
deseos y es perfectamente predecible, según los razonamientos que nos hemos
fraguado de él. diosito transige con todo, lo consiente todo y lo concede todo.
Es merecedor de nuestra ternura, al ser amoroso a más no poder. Es puro azúcar
que se derrite en nuestro paladar. “diosito” despierta nuestros mejores
sentimientos y emociones, que son el vehículo por el que le conocemos. “diosito”
es doméstico y hasta está domesticado para que podamos usarle siempre que le
necesitemos. Es encantador.
Pero el problema es que “diosito” y Dios no
son lo mismo. En realidad “diosito” no es más que un invento más del corazón
humano, una fabricación hecha al antojo del usuario, de acuerdo a sus deseos e
imaginación. Hay los que fabrican dioses de madera o piedra y hay los que
fabrican dioses inmateriales, pero que no dejan de ser dioses. En esa categoría
está “diosito.” Y es que la tendencia innata a la idolatría que arrastramos
desde que nacemos es inagotable y multiforme.
Solamente hay una manera por la que podemos
combatir esa propensión a inventarnos nuestros propios dioses y es ir a la
fuente original de la revelación de Dios. Allí hallaremos cosas que no
concuerdan con nuestros planteamientos, que contradicen nuestras
presuposiciones y hasta otras que están más allá de nuestra capacidad de
comprensión. Allí encontraremos la enseñanza integral sobre Dios, con todos sus
majestuosos atributos, entre los que por supuesto están los de compasión, amor
y misericordia, pero también los de justicia, verdad, soberanía y santidad.
Algunos de ellos nos resultarán asequibles, otros no tanto y otros hasta
inasequibles. Pero incluso entre los que nos parecen más asequibles hay que
tener en cuenta que nunca están en contradicción ni pueden ser divorciados de
los que nos parecen más inasequibles. Porque en el momento que decidamos
quedarnos con lo que nos gusta y desechar lo que no nos gusta, estaremos
haciendo lo que dijo Agustín de Hipona: ‘Si crees lo que te gusta de los
evangelios y rechazas lo que no te gusta de ellos, no crees en el evangelio
sino en ti mismo.’
El gravísimo problema que tienen los que creen
en “diosito” es que, en el fondo, creen en ellos mismos y “diosito” no es más
que una proyección de su corazón. Pero cuando lleguen las contrariedades, las
circunstancias inexplicables y las muchas contingencias que se presentan en la
vida, la teología de “diosito” se vendrá abajo como un castillo de naipes, al
no poder dar la respuesta satisfactoria, adecuada y esperada, quedando sus
adoradores confundidos y avergonzados.
Por todo ello, es insensato fabricarse un dios
a nuestra imagen y semejanza. Más bien, lo que debemos hacer es buscar al Dios
verdadero, que nos hizo a su imagen y semejanza. Y buscarlo de acuerdo al
registro confiable que nos ha dejado, que no es nuestro corazón ni nuestra
imaginación, sino el Libro que es la revelación de Dios. (De Wenceslao Calvo)
editado.