sábado, 15 de septiembre de 2018

¿Es “diosito” lo mismo que el Dios de la Biblia?


¿Es “diosito” lo mismo que el Dios de la Biblia?

La enternecedora palabra “diosito” parece ser ideal, porque pone todo el peso en el aspecto bondadoso y emotivo de Dios. Es alguien dulce, amable, propicio y siempre afectuoso. Responde a nuestras peticiones tal como nosotros las esperamos, se comporta conforme a nuestros deseos y es perfectamente predecible, según los razonamientos que nos hemos fraguado de él. diosito transige con todo, lo consiente todo y lo concede todo. Es merecedor de nuestra ternura, al ser amoroso a más no poder. Es puro azúcar que se derrite en nuestro paladar. “diosito” despierta nuestros mejores sentimientos y emociones, que son el vehículo por el que le conocemos. “diosito” es doméstico y hasta está domesticado para que podamos usarle siempre que le necesitemos. Es encantador.

Pero el problema es que “diosito” y Dios no son lo mismo. En realidad “diosito” no es más que un invento más del corazón humano, una fabricación hecha al antojo del usuario, de acuerdo a sus deseos e imaginación. Hay los que fabrican dioses de madera o piedra y hay los que fabrican dioses inmateriales, pero que no dejan de ser dioses. En esa categoría está “diosito.” Y es que la tendencia innata a la idolatría que arrastramos desde que nacemos es inagotable y multiforme.

Solamente hay una manera por la que podemos combatir esa propensión a inventarnos nuestros propios dioses y es ir a la fuente original de la revelación de Dios. Allí hallaremos cosas que no concuerdan con nuestros planteamientos, que contradicen nuestras presuposiciones y hasta otras que están más allá de nuestra capacidad de comprensión. Allí encontraremos la enseñanza integral sobre Dios, con todos sus majestuosos atributos, entre los que por supuesto están los de compasión, amor y misericordia, pero también los de justicia, verdad, soberanía y santidad. Algunos de ellos nos resultarán asequibles, otros no tanto y otros hasta inasequibles. Pero incluso entre los que nos parecen más asequibles hay que tener en cuenta que nunca están en contradicción ni pueden ser divorciados de los que nos parecen más inasequibles. Porque en el momento que decidamos quedarnos con lo que nos gusta y desechar lo que no nos gusta, estaremos haciendo lo que dijo Agustín de Hipona: ‘Si crees lo que te gusta de los evangelios y rechazas lo que no te gusta de ellos, no crees en el evangelio sino en ti mismo.’

El gravísimo problema que tienen los que creen en “diosito” es que, en el fondo, creen en ellos mismos y “diosito” no es más que una proyección de su corazón. Pero cuando lleguen las contrariedades, las circunstancias inexplicables y las muchas contingencias que se presentan en la vida, la teología de “diosito” se vendrá abajo como un castillo de naipes, al no poder dar la respuesta satisfactoria, adecuada y esperada, quedando sus adoradores confundidos y avergonzados.

Por todo ello, es insensato fabricarse un dios a nuestra imagen y semejanza. Más bien, lo que debemos hacer es buscar al Dios verdadero, que nos hizo a su imagen y semejanza. Y buscarlo de acuerdo al registro confiable que nos ha dejado, que no es nuestro corazón ni nuestra imaginación, sino el Libro que es la revelación de Dios. (De Wenceslao Calvo) editado.



miércoles, 14 de marzo de 2018


La fe en Dios salvó la vida de Stephen Hawking en 1985, asegura su ex-esposa.

 (ACI/EWTN Noticias).- “¡Por favor, Señor, que Stephen esté vivo!”, fue la plegaria desesperada que Jane Wilde expresó en voz baja en 1985, cuando le dijeron por teléfono que su esposo, el ahora famoso científico Stephen Hawking, debía ser desconectado del respirador luego de quedar en coma por una neumonía virulenta.

Jane recuerda esta escena en su libro “Hacia el infinito”, donde cuenta que se aferró a Dios como tantas otras veces. Ese Dios en el que ella siempre creyó “para resistir y mantener la esperanza” frente al ateísmo ferviente de su esposo enfermo, que despreciaba e incluso se burlaba de sus “supersticiones religiosas”, porque “la única diosa de Stephen Hawking es y siempre fue la Física”.
En entrevista con el diario español El Mundo, la exesposa recuerda que los médicos suizos le dieron a entender que no había nada que hacer, y que si ella lo autorizaba, desconectarían el respirador artificial para dejarlo morir con el mínimo dolor posible. “Desconectar el respirador era impensable. ¡Qué final más ignominioso para una lucha tan heroica por la vida! ¡Qué negación de todo por lo que también yo había luchado! Mi respuesta fue rápida: Stephen debe vivir”, afirmó.
A los médicos no les quedó más que realizar una traqueotomía que salvó la vida al científico pero también le dejó sin habla, obligándole a comunicarse con la voz robótica de su sintetizador.
Jane afirma que no se equivocó al tomar esta decisión que permitió vivir al astrofísico que acaba de cumplir 73 años el 8 de enero y sigue escribiendo libros y dando conferencias en diversas partes del mundo.
El matrimonio
Jane Wilde se casó con Stephen Hawking cuando él tenía 23 años, entonces era un joven estudiante de física al que dos años antes le habían diagnosticado esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad neurodegenerativa.
Sin embargo, esto no desanimó a Jane quien decidió dedicar su vida a cuidar al hombre que en poco tiempo se convertiría en uno de los más famosos científicos de la historia y con quien estaría casada 25 años y tendría tres hijos.
En la entrevista con El Mundo, la primera mujer del famoso astrofísico asegura que conforme avanzaba la cruel enfermedad de su marido, más dependiente se volvía de ella, “y más duro era el desafío de bañarle, asearle, vestirle y darle de comer cucharada a cucharada al brillante cerebro con el cuerpo paralizado”, además de criar a sus tres hijos.
Ante esa difícil situación asegura en la entrevista que “la clave de su resistencia fue precisamente la fe en ese Dios rechazado por las teorías cosmológicas del profesor Hawking”.
“Yo entendía las razones del ateísmo de Stephen, porque si a la edad de 21 años a una persona se le diagnostica una enfermedad tan terrible, ¿va a creer en un Dios bueno? Yo creo que no”, admite Jane.
Sin embargo, “yo necesitaba mi fe, porque me dio el apoyo y el consuelo necesarios para poder continuar. Sin mi fe, no habría tenido nada, salvo la ayuda de mis padres y de algunos amigos. Pero gracias a la fe, siempre creí que iba a superar todos los problemas que me surgieran”.
En ocasiones anteriores Stephen Hawking había declarado al mismo periódico que “El milagro no es compatible con la ciencia”.
“¿Dijo eso? Pues tiene gracia, porque yo creo que es un milagro que él siga vivo. Es un milagro de la ciencia médica, de la determinación humana, son muchos milagros juntos. Para mí es muy difícil explicarlo”, expresó Jane.
Y es que la enfermedad que sufre el astrofísico solo da a quienes la padecen una esperanza de vida de uno o dos años.
Según precisa en la entrevista concedida a El Mundo, la ex mujer de Hawking cree que con el tiempo, el ateísmo del astrofísico se volvió progresivamente más radical; mientras ella necesitaba aferrarse cada vez más a sus creencias religiosas. Jane considera que esta diferencia fue uno de los factores fundamentales que les distanció y erosionó su matrimonio.
Según precisa en su libro titulado “Hacia el infinito”, Jane asegura que mientras Stephen “se mofaba” de la religión, ella “necesitaba fervientemente creer que en la vida había algo más que los meros hechos de la leyes de la Física y la lucha cotidiana por la supervivencia”, porque el ateísmo de su marido “no podía ofrecer consuelo, bienestar ni esperanza respecto a la condición humana”.
Fuente: aciprensa.com


martes, 8 de noviembre de 2016

DURO COMO EL CORAZÓN DE ANIBAL



El ancla tatuada en su antebrazo simbolizaba su personalidad: hierro forjado. Su amplio tórax estiraba su camisa. El movimiento más leve de su brazo abultaba sus bíceps. Su rostro tenía aspecto de cuero tanto por la textura como por el color. Su mirada penetrante podía ampollar a un adversario.

Pero hoy la mirada penetrante se había ido y la sonrisa era forzada. Aníbal no se encontraba en las calles donde era el jefe; estaba en una cárcel donde era un prisionero. Había matado a un hombre, un «delincuente del vecindario». Su única esperanza era que el juez estuviese de acuerdo en que le había hecho un favor a la sociedad al desembarazarse de un problema del vecindario.

Conocí a Aníbal por medio de Daniel. Aníbal había levantado pesas en el gimnasio de Daniel. Este le había regalado una Biblia y lo había visitado varias veces. Hablamos acerca de la culpa. Acerca del perdón. Los ojos del asesino se suavizaron ante la idea de que aquel que mejor lo conoce es quien más lo ama. Sin embargo, a Aníbal no le agradó mi comentario de que el primer paso hacia Dios es reconocer la culpa. Nunca había retrocedido ante un hombre, y no estaba dispuesto a hacerlo ahora, aunque ese hombre fuese Dios.

—Está bien —dijo encogiéndose de hombros—. Me convertiré en uno de sus cristianos. Pero no espere que cambie mi manera de vivir. La respuesta condicional me dejó un gusto amargo en la boca. —Usted no es quien establece las reglas —le dije—. No se trata de un contrato que usted negocia antes de firmarlo. Es un regalo… ¡un regalo inmerecido! Pero para poder recibirlo, hace falta que reconozca que lo necesita.
Al observar a Aníbal caminar de un lado a otro de la pequeña celda, comprendí que su verdadera prisión no estaba construida con ladrillos y argamasa, sino de orgullo. Había sido encarcelado dos veces. Una por asesinato y otra por obstinación. Una vez por su país y otra por sí mismo. La prisión del orgullo.

Para la mayoría de nosotros no ocurre de manera tan declarada como en el caso de Aníbal, pero las características son las mismas. La prisión de orgullo se llena de hombres autosuficientes y mujeres decididos. No importa lo que hayan hecho, ni a quién se lo hayan hecho, ni dónde acabarán; sólo importa que «Lo hice a mi manera».
Usted ha visto a los prisioneros. Ha visto al alcohólico que no reconoce su problema. O a la mujer que rehúsa hablar con alguien acerca de sus temores. Ha visto al hombre de negocios que se niega rotundamente a recibir ayuda, aun cuando sus sueños se desmoronen. Tal vez lo único que necesita hacer para ver tal prisionero es mirar al espejo.


«Si confesamos nuestros pecados. Él es fiel y justo» (1 Jn 1:9).  La palabra más grande en las Escrituras bien podría ser esa de dos letras, “SI”. Pues la confesión de pecados —reconocer las fallas— es justamente lo que rehúsan hacer los prisioneros del orgullo. Usted conoce el dicho: «Bueno, tal vez no sea perfecto, pero soy mejor que Hitler!». Incluso hago donaciones a la Cruz Roja. Tal vez Dios esté complacido de contar con alguien como yo en su equipo». Justificación. Racionalización. Comparación. Estas son las herramientas del preso. Prefiere hundirse «a su manera» antes que salvarse «a la manera de Dios». (Aplauso del cielo de Max Lucado)

viernes, 28 de octubre de 2016

POR QUÉ ERES TAN VALIOSO?


En mi ropero está colgado un suéter que rara vez uso. Es demasiado pequeño. Las mangas me quedan cortas, los hombros demasiado ajustados. Faltan algunos de los botones y está deshilachado. Debiera deshacerme de ese suéter. No me sirve. Nunca más lo usaré. La lógica dice que debiera desocupar el espacio y deshacerme del suéter.
Eso es lo que dice la lógica.
Pero el amor no me lo permite.

Un detalle singular de ese suéter hace que lo conserve. ¿Qué es lo que tiene de particular? Primeramente, no tiene ningún rótulo. En ninguna parte de la prenda podrá encontrar un rótulo que diga, «Made in Taiwan» o «Lávese en agua fría». No tiene rótulo alguno porque no fue producido en una fábrica. No tiene rótulo porque no fue armado en una línea de producción. No ha sido producido por un empleado sin nombre ganándose la vida. Es producto de la expresión de amor de una madre devota.

Ese suéter es singular. Único en su clase. No puede ser reemplazado. Cada hebra fue escogida con cuidado. Cada hilo seleccionado con afecto.
Y aunque el suéter ha perdido todo su uso, no ha perdido nada de su valor. Es valioso no por su función, sino por su creadora.

Eso debe ser lo que tenía en mente el salmista cuando escribió: «Tú me formaste en el vientre de mi madre» (Salmo 139:13).

Piense en esas palabras. Usted fue formado. No fue producto de un accidente. No fue el resultado de una producción en masa. No es el producto de una línea de montaje. Usted fue deliberadamente planificado, específicamente dotado y amorosamente ubicado sobre esta tierra por el Maestro Artesano.

«Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para hacer las buenas obras que de antemano Dios dispuso que hiciéramos» (Efesios 2:10).

En una sociedad que da poco lugar a los que son de segunda categoría, eso constituye una buena noticia. En una cultura donde la puerta de la oportunidad sólo se abre una vez y luego se cierra de un golpazo, eso constituye una revelación. En un sistema que determina el valor de un ser humano según las cifras de su salario o la forma de sus piernas, permítame que le diga algo: ¡El plan de Jesús es motivo de gozo!  (Max Lucado, Aplauso del cielo)

lunes, 5 de septiembre de 2016

SOBREVIVE TOMANDO SANGRE.


Susanna había ido a la casa de Karine para probarse un vestido. Era el 7 de diciembre de 1988 a las 11:30 a.m. El sismo ocurrió a las 11:41. Se acababa de quitar el vestido y sólo tenía puestas las medias y una enagua cuando el apartamento del quinto piso comenzó a estremecerse. Susanna agarró a su hija, pero sólo alcanzó a dar unos pocos pasos antes de que el piso se abriera y se precipitara. Susanna, Gayaney y Karine cayeron en el sótano mientras alrededor de ellas se derrumbaba el edificio de apartamentos de nueve pisos.
«Mami, tengo sed. Por favor, dame algo».
No había nada que Susanna pudiese darle.
Estaba atrapada echada sobre su espalda. Un panel de concreto que estaba cuarenta y cinco centímetros por encima de su cabeza y un tubo de agua aplastado encima de sus hombros le impedían incorporarse. Tanteando en la oscuridad, encontró un frasco de mermelada de zarzamora que había caído al sótano. Le dio de comer a su hija todo el frasco. El segundo día se acabó.
«Mami, tengo tanta sed».
Susanna sabía que ella moriría, pero deseaba que su hija viviera. Encontró un vestido, quizás el que había venido a probarse, y le hizo una cama a Gayaney. Aunque el frío era intenso, se quitó las medias envolviendo con ellas a la niña para mantenerla abrigada. Las dos permanecieron atrapadas durante ocho días.
Por causa de la oscuridad, Susanna perdió la noción del tiempo.
Debido al frío, perdió el tacto en los dedos de las manos y de los pies. Por causa de su imposibilidad de movimiento, perdió la esperanza. «Sólo esperaba que llegara la muerte».
Empezó a tener alucinaciones. Sus pensamientos divagaban. Un sueño misericordioso ocasionalmente la liberaba del horror de su entierro, pero el sueño era breve. Siempre había algo que la despertaba: el frío, el hambre, o —casi siempre— la voz de su hija.
«Mami, tengo sed».
En algún momento de esa noche eterna, Susanna tuvo una idea. Recordó un programa de televisión acerca de un explorador en el Ártico que se estaba muriendo de sed. Su camarada se cortó la mano y le dio a su amigo su sangre.
«No tenía agua, ni jugo de frutas, ni líquido alguno. Fue entonces que recordé que tenía mi sangre».
Con sus dedos adormecidos del frío, tanteó hasta encontrar un pedazo de vidrio roto. Se hizo un corte en el dedo índice izquierdo y se lo dio a su hija para que lo chupara.
Las gotas de sangre no fueron suficientes.
«Por favor, mami, más. Córtate otro dedo».
Susanna no tiene idea de cuántas veces se cortó. Sólo sabe que si no lo hubiese hecho, Gayaney habría muerto. Su sangre era la única esperanza para su hija.
«Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre» (Lc 22:20), explicó Jesús, levantando el vino.  La declaración debe haber dejado perplejos a los discípulos. Se les había enseñado la historia del vino de la Pascua. Simbolizaba la sangre del cordero con que los israelitas pintaron los dinteles de las puertas de sus casas. Esa sangre había alejado a la muerte de sus hogares y salvado a sus primogénitos.
Durante miles de generaciones los judíos habían conmemorado la Pascua sacrificando corderos. Cada año la sangre era derramada y cada año se celebraba la liberación. Eso bastaba para cumplir con la ley. Bastaba para satisfacer el mandato.
Pero no bastaba para quitar el pecado. «Porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados» (He. 10:4).
Los sacrificios ofrecían soluciones temporales, pero sólo Dios podía ofrecer la solución eterna.
Así que lo hizo.
Bajo los escombros de un mundo caído, se atravesó las manos. Entre los despojos del naufragio de una humanidad colapsada, se abrió el costado. Sus hijos estaban atrapados… por lo que dio su sangre.
Era lo único que tenía. Sus amigos se habían ido. Su fuerza estaba menguando. A sus pies, habían echado suertes para repartirse sus posesiones. Incluso su Padre había apartado su rostro. Su sangre era lo único que tenía. Pero su sangre bastó.
«Si alguno tiene sed», dijo una vez Jesús, «venga a mí y beba» (Jn. 7:37).
«Es mi sangre, la sangre del nuevo pacto», declaró Jesús, «derramada para librar a muchos de sus pecados» (Mt. 26:28).

Entonces la mano fue atravesada, la sangre derramada, y los hijos salvados. – Del libro Aplauso del cielo, de Max Lucado

lunes, 8 de agosto de 2016

EL DERECHO, EL DIOS MÁS INVOCADO ACTUALMENTE.


Lo que comenzó siendo un instrumento, un medio, para proteger a cualquier ser humano de los abusos y arbitrariedades de otro, al definir cuáles eran los derechos intrínsecos que toda persona poseía, con el paso del tiempo se ha convertido en una divinidad a la que se invoca y apela para, en su nombre, poder hacer lo que a uno le venga en gana. De este modo, igual que los romanos con su caterva interminable de dioses y diosas, se ha ampliado el número de derechos, hasta cubrir todas las torpezas y abominaciones habidas y por haber, bajo la advocación del dios Derecho.

¿Quieres pasar de ser hombre a mujer o viceversa? Apela a Derecho. ¿Quieres acabar con tu descendiente antes de que nazca? Apela a Derecho. ¿Quieres que tu desviación sea orientación? Apela a Derecho. ¿Quieres ser padre o madre sin cónyuge? Apela a Derecho. ¿Quieres que tu unión contra natura sea legal? Apela a Derecho. ¿Quieres transgredir a toda costa? Apela a Derecho ¿Quieres que tu voluntad sea suprema? Apela a Derecho. ¿Quieres que cualquiera que niegue esas facultades sea perseguido? Apela a Derecho. El dios Derecho te amparará y acreditará, avasallando y derrotando a quienes se atrevan a contradecirte.

Pero como todos los dioses del paganismo, también el dios Derecho es incoherente e irracional, ya que niega a unos lo que concede a otros. O para decirlo de otra manera, es propicio para lo torcido y contrario para lo recto. Porque si un infante apela a Derecho para tener obligatoriamente un padre y una madre, Derecho le niega ese derecho, argumentando el derecho de sus adoradores a permitirse ese derecho. O si alguien apela a Derecho para que se reconozca que sólo hay una clase de matrimonio legítimo, Derecho niega ese derecho, que la propia naturaleza ha instituido. Y si un no nacido apela a Derecho para que sea respetado su derecho a vivir, Derecho le niega el derecho, concediéndole el derecho de decidir solamente a sus progenitores.


De todo ello se desprende que al dios Derecho habría que cambiarle el nombre por otro, que sea más acorde con su carácter. Mejor le convendría el de Torcido, porque tuerce lo recto y retuerce lo justo, llamando derecho a lo que está tergiversado. El dios Derecho que es Torcido: He aquí la divinidad favorita actual ¡Qué degradación ha sufrido el verdadero derecho! ¡En qué monstruo se le ha convertido! Y es que cuando se le da la espalda al Dios del derecho se hace del Derecho un dios. Verdaderamente la creación de dioses aberrantes no era exclusiva de los antiguos romanos.

jueves, 28 de julio de 2016

¿CREÓ DIOS EL MAL?

De principio parecería que si Dios creó todas las cosas, entonces el mal debe haber sido creado por Dios. Sin embargo, aquí tenemos una suposición que necesita ser aclarada. El mal no es una “cosa” como una roca o la electricidad. ¡No puedes tener una jarra de mal! Más bien, el mal es algo que ocurre, como el correr. El mal no existe por sí mismo – realmente es la carencia en una cosa buena. Por ejemplo, los hoyos son reales, pero ellos solo existen en algo más. Llamamos a un hoyo la falta de tierra, pero no puede ser separado de la tierra. Cuando Dios hizo la creación, es verdad que todo lo que existía era bueno. Una de las cosas buenas que Dios hizo fueron criaturas con la libertad de elegir el bien. Para hacer una elección real, Dios tuvo que permitir algo más que el bien para elegir. Así que Dios permitió a estos seres libres, tanto ángeles como humanos, elegir entre el bien y la ausencia de éste (el mal). Cuando existe una mala relación entre dos cosas buenas, le llamamos “el mal”, pero eso no lo convierte en una “cosa” que haya requerido la creación de Dios.

Tal vez la siguiente ilustración nos ayude. Si le preguntara a una persona común “¿existe el frío?” – su respuesta sería que sí. Sin embargo, esto es incorrecto. El frío no existe. El frío es la ausencia de calor. Similarmente, la oscuridad no existe, ésta es la consecuencia de la falta de luz. Igualmente, el mal es la ausencia del bien, o mejor dicho, el mal es la ausencia de Dios. Dios no creó el mal, sino que más bien solo permitió la ausencia del bien.

Miremos el ejemplo de Job en los capítulos 1 y 2 del libro de Job. Satanás quería destruir a Job, y Dios le permitió a Satanás hacer lo que quisiera, excepto matar a Job. Dios permitió que esto sucediera para probarle a Satanás que Job era justo, porque amaba a Dios, y no porque Dios lo haya bendecido en gran manera. Dios es soberano y tiene control absoluto de cualquier cosa que sucede. Satanás no puede hacer nada, sin el “permiso” de Dios. Dios no creó el mal, pero Él lo permite. Si Dios no permitiera la posibilidad del mal, tanto ángeles como humanos servirían a Dios por obligación y no por decisión. Dios no quiso crear “robots” que simplemente hicieran lo que Él quería que hicieran mediante su “programación”. Dios permitió la posibilidad del mal, para que podamos tener genuinamente la libertad de elegir si queremos servirle o no.

Concluyentemente, no hay una respuesta a estas preguntas que podamos comprender plenamente. Nosotros como seres humanos finitos, jamás podremos entender a un Dios infinito (Romanos 11:33-34). Algunas veces pensamos que entendemos el por qué Dios está haciendo algo, solo para descubrir más tarde que era por diferentes propósitos de los que originalmente pensamos. Dios ve las cosas desde una perspectiva eterna. Nosotros miramos las cosas desde una perspectiva terrenal. ¿Por qué puso Dios al hombre en la tierra, sabiendo que Adán y Eva pecarían y traerían con ello el mal, la muerte y el sufrimiento para toda la raza humana? ¿Por qué Él no solamente nos creó y nos dejó en el Cielo donde seríamos perfectos y no tendríamos sufrimientos? La mejor respuesta que se me ocurre es que Dios no quería una raza de robots sin libertad. Dios tuvo que permitir la posibilidad del mal para nosotros, para hacer una verdadera decisión de adorar o no a Dios. Si nunca hubiéramos sufrido y experimentado el mal, ¿realmente apreciaríamos cuán maravilloso es el Cielo? Dios no creó el mal, pero Él lo permite. Si no lo hubiera permitido, estaríamos adorando a Dios por obligación y no por la libre elección de nuestra voluntad.